Un reciente informe sanitario alertó sobre la presencia de arsénico en concentraciones superiores a los valores admitidos en distintas muestras de agua de pozo, lo que reaviva la preocupación por los riesgos asociados al consumo cotidiano. Este hallazgo vuelve a poner en primer plano la necesidad de contar con controles regulares y con sistemas de tratamiento adecuados para garantizar la calidad del agua utilizada en los hogares.

La detección de arsénico en el agua de red y en pozos de distintas provincias argentinas vuelve a generar preocupación sanitaria y a plantear interrogantes sobre la calidad del recurso. En este contexto, especialistas y empresas del sector aclaran cuáles son las tecnologías domésticas realmente capaces de remover este metaloide tóxico, dado que no todas las opciones disponibles en el mercado resultan efectivas. El fenómeno tiene un origen geológico y en varios municipios las concentraciones superan los 50 ppb, un nivel considerado no apto para el consumo.

Los expertos señalan que los filtros tradicionales con carbón activado son útiles para eliminar cloro, pesticidas y olores, pero no alcanzan para retener arsénico ni otros metales pesados. Para su remoción se requieren sistemas específicos, entre los que se destacan las resinas selectivas —como GEH o Metsorb, utilizadas por marcas nacionales— que capturan eficazmente las formas más frecuentes de arsénico, así como la ósmosis inversa, un método de purificación más complejo que puede reducir casi por completo la presencia de contaminantes.

También remarcan la importancia de diferenciar entre agua de red y agua de pozo. Mientras que las proveedoras de agua potable garantizan niveles de arsénico dentro de los límites establecidos por el Código Alimentario, quienes dependen de perforaciones particulares enfrentan un riesgo mayor debido a la ausencia de controles permanentes y a la posible presencia de concentraciones elevadas del metaloide, lo que refuerza la necesidad de análisis periódicos y de sistemas de filtración adecuados.

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